Romantizar la renuncia a un puesto.

Romantizar la renuncia a un puesto. ¿»Romantizar», Belén? Sí, la RAE informa que es una palabra que proviene del francés y que aquí la hemos adoptado como tantos otros términos; en pos de hacer «más rico» (sustituir por cool) nuestro acerbo cultural (cuesta abajo y sin frenos). Pero en realidad ya tenemos un verbo que lo expresa estupendamente: i-d-e-a-l-i-z-a-r (repite conmigo idealizar y socializar, esto no iba aquí, sorry es el calor).

¿Qué es eso de «romantizar» una renuncia?

Bueno, pues en la era «si no lo cuentas no te ha pasado» asistimos «ojipláticos/as» a multitud de posts, publicaciones y otros alegatos predicando lo estupendo de renunciar a un trabajo, postureo laboral elevado a la máxima expresión, lo que nos queda por ver…

La gran renuncia, de la que todos/as hemos oído hablar y en la que multitud de trabajadores/as en EE.UU. han abandonado sus puestos tras valorar otras cuestiones, que pandemia mediante, antes no habían valorado (ójala fuese sólo eso). Al albur de esto, ha empezado la fiebre de renunciar (añade nuevo hashtag #Nosinmirenuncia). No contentos/as con ello, la «fiebre» conlleva síntomas de exhibicionismo impúdico.

Yo ya hablé, en este insigne blog, de que se puede renunciar, ¡pues faltaría!, no se trata de estar aguantando estoicamente actitudes, ambientes, personas u otras situaciones que en algunos casos conllevan un deterioro no sólo laboral sino también mental (y creedme este es mucho peor). Pero, el quid (el noumeno, lo clave, lo mollar) de la cuestión, está en la «romantización» del hecho de dejar un trabajo o un puesto.

En esta sociedad en la que hemos convertido estar tristes (que no deprimidos/as, por favor, dejemos de patologizar todo) en un estigma. Y claro, dejar un trabajo, no puede ser un drama, ¡faltaría!, revistámoslo de purpurina, glamour y autoafirmaciones de felicidad, la happycracia convierte todo en un desfile de «gatos/as de Cheshire».

En la clasificación de acontecimientos vitales estresantes, se encuentra definido el cambiar de trabajo, no tener trabajo, el despido y el cambiar de responsabilidades laborales y de todos es sabido que el estrés conlleva ciertos síntomas.

Por eso me chocan fotos de tartas, fiesta de renuncia y otras «pamplinas de plato vacío» que acechan en nuestros timelimes «supuestamente profesionales». Dejar un trabajo, sobre todo sin nada en el horizonte conlleva una carga estresante, ¿empiezo a enumerar? Por esto, no sé que tiene de celebración y mucho menos el mensaje a lanzar: si dejas un trabajo y estás triste, agobiada/o no sabes gestionar las situaciones ni tu estrés.

Renunciar a un puesto es una situación completa y que debe ser analizada desde muchos frentes, sin caer en la fanfarria y en la autocomplacencia, y menos dar un visión romántica de un proceso, que en la mayor parte de las ocasiones es difícil de gestionar (para todos los mortales, gurús, coaches emocionales y neurohappies no entran en la categoría).

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